Nos parece algo natural
llevar sobre nuestra muñeca una máquina que cada vez, cada día, se aproxima a
la fecha de nuestra ausencia total; una máquina que indica la velocidad en la que
transcurre el tiempo; una máquina lenta, rápida, según con los ojos y la mente
con los que se mire. Nos parece natural muchas cosas que en realidad no lo son;
necesarias tal vez, pero que en muchos aspectos nos perjudican. No estoy
diciendo que un reloj de muñeca sea un mal aparato, de hecho me gustan los
relojes de muñeca; es sólo que a veces no se convierte en un artilugio para
controlar el tiempo; la mayoría de las veces es ese pequeño artilugio el que nos
controla. Es necesario saber la hora del día en la que nos encontramos, pero
siempre he tenido el sueño de poder vivir sin controlar el tiempo, o sin
permitir que él nos controle a nosotros, según la perspectiva. En muchas
ocasiones de mi vida he dicho que odio los horarios, y es cierto. Los horarios
siempre me han limitado, siempre me han obligado a dejar de hacer algo con lo que
realmente disfrutaba para empezar con otra cosa que odiaba, aunque es cierto que
a veces dejaba algo aburrido por algo apasionante, pero pase lo que pase y sea
como sea, nunca va a cambiar, ni para mí ni probablemente para la mayoría de la
gente que habita en este mundo. A pesar de esto y por esto quiero hacerles una
sugerencia si es que alguna vez se habían planteado esto que hoy comento: un
día, sólo un día; a la semana, al mes, al año o en toda tu vida; sólo escoge un
día para no tener en cuenta los horarios. Un solo día en el que los relojes de
muñeca o aquel que se encuentra en nuestro móvil no nos guíen, no se metan en
medio de un plan que de verdad quieres realizar. Puede que esto sea un buen
método para que sólo una vez, un día, nos despeguemos de todo el ruido que nos
transmiten a diario las máquinas. Tal vez sea una locura esto que digo, pero si
es así me encanta ser un loco.
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