No es la
primera vez que veo el barco zarpar
sin mí
dentro. El humo invade el cielo y mancha
el dibujo que
las nubes forman; intoxica mis
pulmones y
me sujeta la respiración, la alarga,
cuesta.
Está bien,
al final se aleja lo suficiente y el agua
se vuelve
clara de nuevo. No se ve el fondo
y me gusta
imaginar lo que puede
surgir.
Las fotos se
ven partidas la mayor parte del
tiempo;
estoy yo y los demás se apartan de algún
modo. No
estoy solo pero empieza a sentirse
familiar sentirlo;
las letras comienzan a ser
mi más
preciada compañía y las cuido
tanto como
puedo.
Podría haber
alguien que las recibiera pero se hace
más fácil que
crezcan por y para sí solas,
que vuelen y
se filtren por los huecos que las personas
no cierren.
Cesé en la búsqueda
de mi propio Nirvana casi
sin darme cuenta;
siempre me empeño en volver
cuando más
cerca estoy de alcanzarlo.
Hui de mí
mismo para aproximarme al vacío,
como un
suicida deja que su vida se marche y una vez
aquí abajo
me percaté de que la luz decidió quedarse
en lo alto.
Subir es más
complicado de lo que parece pero los
retos están para enfrentarlos, descubrir lo grandioso
tras la cara
visible, como ocurre con la cara oculta de
La Luna.
Una vez más
se aleja el humo, esta vez de la hoguera
que pensé que me calentaba; podía esperarlo,
este no puede retenerse el tiempo que a uno le
que pensé que me calentaba; podía esperarlo,
este no puede retenerse el tiempo que a uno le
plazca.
Lo dejo
disipar del todo para intentar ver más allá
sin asfixias
ni agonías. No pienso correr, ni gritar,
ni llorar;
apreciaré la forma en que invade la
atmósfera,
acariciando las luces de la noche.
Somos
mejores cuando queremos más que nuestra
felicidad;
te suelto para que llegues bien alto,
sin mí.
Sigo andando
por mi lado, dejando huellas que
me recuerden
el camino que he querido tomar y no
dejarlo jamás,
aun ampliando
los horizontes.
Me llevo
todo lo aprendido, todo lo fallado, todo
cuanto me ha
creado.
Me cargo de
mí.
Y sigo.
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